Un día antes de abanderar la contienda electoral 2017 – 2018, la tierra sacudió a México. Primero, el terremoto del 7 de septiembre afectó a Oaxaca, Chiapas y Tabasco. Días después, 12 exactamente, la capital del país junto con Morelos, Tlaxcala, Puebla y Estado de México, terminaron por cimbrarse.
La tragedia deslumbró a los ojos del mundo edificios destrozados, automóviles aplastados, y, lo más grave, más de 300 vidas arrebatadas a causa de la fuerza natural.
De inmediato, la sociedad mexicana se movilizó de diversas maneras. Por redes sociales –Twitter, Facebook, WhatsApp, entre otras– se compartieron mensajes y vídeos, personales o colectivos, que solicitaron apoyo para las zonas de desastre. Por colonias, institutos y organizaciones civiles se organizaron colectas de víveres. Por universidades se conformaron brigadas que visitaron edificios colapsados y asistieron psicológicamente a las personas afectadas. Por librerías, como las del Fondo de Cultura Económica (FCE) se planearon actividades culturales: la literatura, la poesía y el teatro refrescaron mentes y ambientes. En resumen, la ciudadanía se apoderó de las calles como lo hacen las buganvillas de las paredes.
El panorama planteado interesó al académico Héctor Tajonar. Por ello, escribió Desastre y Esperanza para el semanario de análisis e información Proceso. En dicho artículo destaca la solidaridad de la ciudadanía capitalina, y del resto del país, para levantar a México, tras los movimientos telúricos de 8.2 y 7.1 grados en escala de Richter.
Al respecto, Escuelas Inteligentes reconstruye una conversación, sobre el mismo texto, de quien es docente en la Universidad de Oxford.
-No dudo que miles de personas leyeron su artículo en la revista fundada por el periodista Julio Scherer García, ya sea en su versión impresa o digital, sabiendo que esta tiene una cobertura a nivel nacional e internacional. El propósito de escribir particularmente sobre los terremotos del mes pasado lo infiere cada uno de modo implícito. Pero ¿cómo justifica dicho propósito?
-En la fraternidad de la ciudadanía ante la desgracia natural. Los sismos a la distancia del año 1985 y del presente mostraron lo mejor de México: la ayuda desinteresada, la solidaridad, el sentido de comunidad, la capacidad de organizarse, el entusiasmo, la eficacia y el heroísmo anónimo para apoyar a los mexicanos en desgracia.
-Ante la coyuntura política nacional que confluye en definir candidato a la presidencia, aspirante a la jefatura de gobierno de la Ciudad de México, 13 gobernadores y 965 alcaldes, parece que a determinados funcionarios públicos el terremoto les pareció una excelente oportunidad para hacer proselitismo a favor de partido política. En su escrito publicado el pasado 8 de octubre se refiere al respecto como “lo peor” exhibido durante estos cataclismos…
-Así es. Se exhibió lo peor del país. La incompetencia, la irresponsabilidad y la corrupción de gobiernos coludidos con constructores inmorales; el oportunismo populista de los partidos políticos, el pillaje de los malhoras, la podredumbre que impide el desarrollo nacional.
-La pregunta que recoge la complejidad del asunto aludido está plasmada de manera explícita en su texto. Esta nos permite una mayor comprensión del mismo. Pero con ella, percibo su intención de que el lector reflexione sobre “lo mejor” que vimos después de los terremotos…
-Sí, el binomio desastre natural y dolor humano deben darnos como resultado el hecho de que renazca la esperanza. Por eso, la pregunta clave es: ¿Cómo dar continuidad y expresión política al sobrecogedor silencio y puño en alto de los brigadistas voluntarios que buscaban sobrevivientes bajo los escombros?…
-Durante las últimas semanas no vi que ningún columnista citara a Octavio Paz, el intelectual más influyente de México en el siglo XX. Usted agrega a su texto una cita de “Escombros y semillas”. ¿Por qué le parece esencial lo que redactó el Premio Nobel de Literatura?
-Porque es memorable y sigue vigente a pesar de haber sido publicado hace 32 años. Paz dice: “Tenemos que encontrar nuevas vías de participación popular”. El poeta exaltaba los valores de, textualmente lo digo, “un pueblo paciente, pobre, solidario, tenaz, realmente democrático y sabio”, que había permanecido oculto “por la erosión moral de nuestras élites”.
-Además, retoma información de entrevistas realizadas por periodistas de este mismo medio de comunicación –Rosalía Vergara, Jesusa Cervantes, Jenaro Villamil y Santiago Igartúa– a intelectuales de nuestro tiempo…
-En efecto, esas charlas se presentaron en la edición 2135 de la revista, que por cierto está por cumplir su 41 aniversario. José Woldenberg, Enrique Krauze, Juan Villoro, Porfirio Muñoz Ledo y Fabrizio Mejía Madrid nos hablan de hacer a un lado las mezquindades y recuperar la esperanza, la decencia y la solidaridad; de que los jóvenes encuentren formas de institucionalizar su energía; de construir una plataforma ciudadana duradera; de reconstruir las instituciones; y que “la certeza ética de estos días” es que no “podemos seguir igual”.
-A la mitad de su colaboración para este semanario, usted se refiere a los conceptos “cleptocracia” y “política” sin que especifique sus respectivas definiciones. Entiendo la primera palabra como aquel interés personal de enriquecerse a costa de bienes públicos. Pero por la segunda, percibo la intención de reivindicar y/o trasformas dicha actividad. Es decir, cambiar la connotación negativa que tiene la sociedad de la política por una noción basada en consensos y cordialidades entre personas iguales, como lo escribió la filósofa alemana Hannah Arendt en su libro ¿Qué es la política?… profesor Tajonar, ¿si es así?
-Mira, lo llamo así porque una casta política ha penetrado todos los ámbitos de la vida pública nacional, convirtiendo a la naciente democracia en una cleptocracia infame e impune. Te lo demuestro: somos un país profundamente desigual, con la mitad de la población en estado de pobreza, con educación y servicios de salud deficientes. Ello ha causado que muchos jóvenes hayan perdido interés en la política. Esto precisamente, como comentas, es a lo que me refiero, debemos lograr la trasformación profunda y pacífica de la política nacional con miras a un propósito común e incluyente.
-Es importante lo que escribe al respecto de las implicaciones surgidas luego del terremoto del 85: Transición democrática; reformas electorales; creación del Instituto Federal Electoral (IFE) –hoy Instituto Nacional Electoral (INE)–; la hegemonía y pérdida del poder, en el año 2000, del Pero, a la vez estas implicaciones las vínculo con supuestos, ya que, estoy convencido, habrá lectores que las cuestionen. ¿Considera lo mismo? ¿Cree que esas implicaciones son dubitativas?
-Esta pregunta merece un análisis profundo. Tendríamos que remitirnos a fechas y datos de finales del siglo pasado y principios del presente. Lo que puedo afirmarte en este momento es que esa transición está truncada. Los hechos en la vida política actual lo revelan.
-Finalmente, cuando afirma que los ciudadanos debemos hacernos una “introspección personal y social que se traduzca en un cambio profundo de actitud hacia nuestros semejantes, normado por el compromiso sincero de respetar y valorar a nuestros conciudadanos, con un sentimiento verdadero de fraternidad y solidaridad” me remite al Modelo de gestión cultural comunitario: Cultura de paz, palabra y memoria, diseñado por el FCE, quien rescata conceptos fundamentales para nuestra convivencia, como la otredad –conciencia de quien está a nuestro lado–, la escucha, el dialogo y sobre todo, en estos momentos, la memoria –para recoger aprendizajes– y la resiliencia –para sobrellevar la adversidad de la manera menos dolorosa–. Sin duda, estos acontecimientos deben producir cambios internos en el cuerpo social…
-El gran reto sigue siendo encontrar nuevas formas de participación y organización ciudadana, aprovechando el entusiasmo, el talente democrático y la solidaridad de la juventud. Por ello, renazcamos en y para la nación mexicana.
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