“Todavía no eran la muerte, pero llevaban ya la muerte en las yemas de los dedos: marchaban con la muerte pegada a las piernas: la muerte les golpeaba una nalga a cada trance: les pesaba la muerte sobre la clavícula izquierda; una muerte de metal y madera que habían limpiado con dedicación”
A.C.S
El 6 de diciembre de 1928 ocurrió en Colombia un hecho que marcó su historia. Como antecedente silencioso a la Gran depresión y la elección de Hitler como primer ministro, la masacre de las bananeras radicalizó posturas, acrecentó discusiones y permitió algunos progresos en temas laborales. Pero en este pequeño escrito no nos referiremos puntualmente al suceso, sino a la forma en la que es narrado por medio de la literatura.
La masacre aconteció en una zona bananera en el departamento de Magdalena, tras algunos días de huelga de un conjunto de obreros por sus condiciones laborales en la United Fruit Company, el gobierno nacional de entonces, encabezado por Miguel Abadía Méndez, aprobó el ataque a los trabajadores y la posterior desaparición de los cuerpos. Así mismo, la propaganda que detonó la urgencia del ataque giraba en torno a la erradicación de semillas comunistas que nacían en el país.
Por su parte, La casa grande de Álvaro Cepeda Samudio cuenta esta historia desde diferentes voces construidas literariamente, diálogos en los que se relata la vida rural; la condición de campesino sometido al trabajo (El padre, la hermana, el pueblo) y en el caso del soldado, que, de origen igualmente rural, fue llevado a cometer los asesinatos. Contrapunto de voces y posturas que relatan la situación de un país sordo ante los acontecimientos y mudo ante las consecuencias que desatan sus acciones, gracias a la narración literaria, los sucesos se hacen vitales y las emociones de los participantes se transmutan en nuestros sentimientos; se configura en una nueva forma de sentir, de percibir y valorar la memoria.