“No cantaba el grillo, había un vago olor a cal y semillas quemadas, las calles del poblado eran arroyos secos y el aire se habría roto en mil pedazos si alguien hubiese gritado: ¿quién vive?”
El cántaro roto. Octavio Paz.
“Estamos en el edificio Aguascalientes, suena una ráfaga estruendosa de disparos, gritos indetenibles y nosotros no decimos nada, solo tememos agazapados con el pecho en la tierra. Vemos un sinfín de personas que caen en la explanada, en la puerta de la iglesia se agrupan cuerpos que han sido alcanzadas por los proyectiles. Sí, la iglesia cerró sus puertas, ella siempre hace eso cuando ve que algo no le conviene.”
El dos de octubre de 1968 la Ciudad de México ve morir a más de 300 personas bajo las balas del Estado, la plaza de Las tres culturas, en Tlatelolco es el escenario fúnebre. Los estudiantes convocaron a una manifestación, en continuidad con otras anteriores desde julio del mismo año, a causa de una serie de irregularidades en el país, a portas de las XIX olimpiadas que se llevarían a cabo en México, sus estudiantes se despertaban para rechazar las olimpiadas y exigir un gobierno transparente que no reprendiera violentamente a sus estudiantes y a su pueblo, pues en las manifestaciones anteriores la represión policial había sido brutal.
“Algunos que disparan visten de civil, es posible identificarlos como estudiantes, pero los delata un guante blanco que llevan en una de sus manos, son soldados, disparan hacia la multitud, hacia la nada, hacia los ventanales de los edificios, hacia lo que puedan atrapar, hacia su misma miseria.”
Tras la masacre, el presidente Gustavo Díaz Ordaz asume la responsabilidad personal, ética, jurídica, política e histórica en relación con los sucesos y luego, años después, culpa a los estudiantes de disparar contra los soldados y sus compañeros. Por otro lado, cuando los familiares acuden a reclamar los cuerpos de los suyos se les solicita, explícitamente, que testimonien en el acta de defunción que la causa de la muerte ha sido otra y en medio del dolor y el desconcierto, se asiente y no queda registro formal de la masacre estatal. La tropa permanece hasta el nueve de octubre en la plaza de Las tres culturas y luego inician, como estaba previsto, los juegos olímpicos en la Ciudad de México. Se impone un silencio profundo sobre cada una de las almas cercanas a los jóvenes, niños, ancianos, distraídos, transeúntes, mujeres, que pasaban, fatídicamente, por la plaza el dos de octubre de 1968.
“Después de la masacre, nadie dijo nada más, las protestas continuaron, pero habían perdido su fuerza, las familias nunca obtuvieron justicia, reparación o un acto de perdón. Hay un silencio institucional, hechos incoherentes que se oficializan, impunidad, tristeza y más silencio.”